Escuela española; finales del siglo XIX.
“La vendedora de fruta”.
Óleo sobre lienzo.
Medidas: 34 x 57 cm; 55 x 77,5 cm (marco).
Un paisaje rural e idealizado sirve en este caso como escenario de un retrato social de la España del siglo XIX. Dos jóvenes dirigen su mirada hacia un cestillo con un bebe situado en el centro de esta escena apaisada. La presencia de un bodegón compuesto de melones, el propio paisaje y la vestimenta de las dos jóvenes nos aportan una mirada costumbrista, completamente idealizada, donde el autor nos muestra la cara amable de la maternidad y la juventud. Técnicamente el dibujo domina la composición, aunque el autor aplica el color a través de pinceladas cortas y efectistas que generan cierto dinamismo que queda reforzado con el uso de una gama cromática de tonos cálidos muy propia del pictoricismo.
La nueva pintura de costumbres del siglo XIX nace como una manera de interpretar un creciente sentimiento de conciencia nacional, ahora presente en la clase media mientras avanzaba hacia la hegemonía social. Hasta cierto punto, la preocupación de los pintores era profundizar en la visión de su país a través de un lenguaje, el de la pintura, que todo el mundo pudiera comprender, ayudando así al pueblo llano a comprender la naturaleza y el significado de su nacionalidad, especialmente tal como se había manifestado en el pasado reciente, todavía vivo en la memoria de los mayores. De las dos escuelas costumbristas fundamentales de la España del XIX, la sevillana y la madrileña, esta última se distingue del amable pintoresquismo de la primera en su visión más acre y dura, llegando en ocasiones a mostrar no sólo lo vulgar, sino incluso recreándose en visiones desgarradas de un mundo tópico barriobajero, en el que el ánimo de crítica es evidente.