Taller de ANTONIO DEL CASTILLO Y SAAVEDRA (Córdoba, 1616 – 1668).
“Salome recibiendo la cabeza de San Juan Bautista”.
Óleo sobre lienzo. Conserva tela original.
Presenta inscripción al dorso.
Medidas: 66 x 50 cm; 75 x 59 cm (marco).
Herodías, esposa de Herodes Filipo, se casó de manera escandalosa con el hermanastro de éste, Herodes Antipas, lo que provocó una guerra, ya que Herodes Antipas había repudiado para ello a su anterior esposa, hija del monarca nabateo. La actitud del nuevo matrimonio fue muy criticada por el pueblo, ya que se consideró pecaminosa, y uno de los que más la denunciaron fue Juan el Bautista, por lo que fue apresado, aunque Herodes no se atrevió a ejecutarlo por miedo a la ira popular. Según la tradición Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro, y éste entusiasmado se ofreció a concederle el premio que ella deseara. Entonces la joven pidió, siguiendo las instrucciones de su madre, la cabeza del Bautista, que le fue entregada “en bandeja de plata” Esta obra destaca por su unidad narrativa, ya que se puede apreciar el momento justo en el que Salome recibe la cabeza del santo, que acaba de ser decapitado. Destaca el dramatismo con el que se presenta el cuerpo del santo ante el espectador, incrementado por el modo en el que Salome pisa el cuerpo ya muerto de San Juan.
Debido a las características técnicas de la obra, esta pintura puede inscribirse en el círculo artístico de Antonio del Castillo. Considerado padre de la escuela cordobesa, conocido por su labor como pintor, fue también policromador y diseñador de proyectos arquitectónicos, decorativos y de orfebrería. Fue hijo de Agustín del Castillo, pintor poco conocido natural de Llerena (Extremadura) al que Palomino califica como “excelente pintor”. También se cree que pudo formarse como policromador en el taller de Calderón. No obstante, quedó huérfano con sólo diez años, en 1626, y pasó a desarrollar su formación en el taller de otro pintor del que no tenemos noticias, Ignacio Aedo Calderón. Aunque no existen pruebas efectivas de ello, se cree que pudo llegar a Sevilla, donde según indica Palomino ingresó en el taller de Zurbarán. Esto ha sido corroborado por la influencia estilística del maestro extremeño que los historiadores han visto en la obra de Castillo. No obstante, en 1635 se encuentra de nuevo en su Córdoba natal, y allí contraerá matrimonio y se instalará de forma definitiva, para finalmente convertirse sin discusión en el artista más importante de la ciudad. Su fama y calidad le granjearon importantes encargos, entre ellos obra religiosa de altar, retratos y series de mediano formato. Fue asimismo maestro de destacados pintores cordobeses de la siguiente generación, como Juan de Alfaro y Gámez. Respecto a su lenguaje, Antonio del Castillo no desarrolló una evidente evolución en su obra, si bien hacia el final de su vida se aprecia un lenguaje más suavizado, y se mantuvo al margen de las novedades barroquizantes de otros pintores contemporáneos. No obstante, se dejó seducir como el resto de sus contemporáneos por la novedad de la obra de Murillo, e introducirá en sus últimos años la suavidad cromática veneciana del maestro sevillano. Hoy en día se conservan ejemplos en el Museo del Prado, el Hermitage de San Petersburgo, el J. Paul Getty de Los Ángeles, el Louvre, el Metropolitan de Nueva York, etc.