JOSEP GRAU-GARRIGA (Barcelona, 1928- Angers, 2011).
Sin título.
Tapiz.
Con etiqueta al dorso.
Medidas: 110 x 160 cm.
Este tapiz de Josep Grau-Garriga puede leerse como una evocación directa y simbólica de la senyera catalana, integrada en el lenguaje matérico y experimental que define su producción madura. Las bandas horizontales rojas, cosidas y tensadas sobre un campo de tonos ocres y amarillos, remiten de manera inequívoca a las cuatro barras, reinterpretadas no como emblema heráldico literal, sino como signo erosionado, corporal y vivido. La bandera aparece aquí transformada en tejido herido, deshilachado y rugoso, cargado de memoria y tensión.
La materia —fibras gruesas, nudos, relieves y zonas desgastadas— refuerza esta lectura identitaria: la senyera deja de ser símbolo plano para convertirse en territorio físico, en piel colectiva marcada por el tiempo, el trabajo y la historia. Esta aproximación es característica de Grau-Garriga, quien a partir de los años sesenta utiliza el tapiz como lenguaje político y cultural, especialmente en relación con la identidad catalana y la resistencia cultural durante el franquismo y la transición.
Dentro de su trayectoria, la obra se sitúa en el núcleo de su aportación más reconocida: la redefinición del tapiz como medio expresivo contemporáneo, próximo al informalismo y a la escultura, y como vehículo de afirmación simbólica. La referencia a la senyera, recurrente en su producción, no es decorativa sino existencial y colectiva, y convierte el tapiz en un manifiesto matérico donde identidad, memoria y gesto se funden en una sola estructura.
Formalmente, la pieza dialoga con la estética informalista y matérico-expresiva que Grau-Garriga desarrolla desde finales de los años cincuenta, influido por el informalismo europeo y por su proximidad intelectual a artistas como Tàpies. Conceptualmente, el tapiz se convierte en un soporte de memoria, territorio y resistencia, donde la fibra actúa como metáfora del cuerpo, del trabajo manual y de la identidad colectiva, temas recurrentes en su obra.
Dentro de la trayectoria del artista, esta obra ejemplifica su papel fundamental como renovador del arte textil contemporáneo, especialmente a partir de su proyección internacional en los años sesenta y setenta, cuando libera el tapiz del muro y lo concibe como un medio autónomo, cargado de contenido simbólico y social. La presencia de la etiqueta original al dorso refuerza su carácter histórico y documental, situándola dentro de la producción reconocida y consolidada de uno de los grandes referentes del tapiz contemporáneo europeo.
Grau Garriga llevó el género del tapiz a su límite. A principios de la década de 1960, sus tejidos se convirtieron gradualmente en textiles escultóricos y un medio táctil, como Grau-Garriga vio su trabajo como un volumen en el espacio. Con una gran innovación, exploró la belleza de la parte trasera del tapiz, la parte inferior desordenada del trabajo que generalmente se oculta. Durante los años 60 y 70, sus experimentos atrajeron a tejedoras como María Assumpció Raventós y Aurelia Muñoz y llevaron a la fundación de la Escuela Catalana de Tapices. Artistas como Miro, Tapies y Picasso también acudieron a Sant Cugat del Vallés para trabajar con Grau Garriga. En 1970, se celebróla primera gran retropectiva de la obra de Grau Garriga en el Museo de Bellas Artes de Houston. En 1987, por invitación del pintor Rufino Tamayo, Grau Garriga visitó México. Reaccionando al clima político y social en el país, creó una pieza monumental para el Museo Rufino Tamayo en la Ciudad de México.
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