Deidad masculina; Camboya, Imperio Jemer, Periodo Angkor, Estilo Khleang, 965-1010.
Arenisca.
Presenta restauración en los brazos.
Medidas: 66 x 40 x 12 cm; 79 cm (altura con peana).
Escultura en arenisca que representa a una deidad masculina, atribuida posiblemente a Vishnu, una de las divinidades supremas del panteón hinduista, y pertenece al Imperio jémer, durante el período Angkor, en el estilo Khleang (965–1010 d.C.). Esta obra, tallada con precisión y sobriedad, refleja el refinamiento técnico y la espiritualidad característica del arte jémer en un momento de transición estilística hacia una mayor idealización formal. La figura aparece de pie, frontal y erguida, en una actitud serena y majestuosa, con el cuerpo bien proporcionado y los volúmenes tratados de manera suave y contenida. Aunque los brazos se encuentran mutilados, el número original, cuatro, sugiere su identificación con Vishnu, dios de la preservación y el orden cósmico, tradicionalmente representado con múltiples brazos que sostienen sus atributos (el disco, la caracola, el mazo y la flor de loto). El rostro, de expresión calmada y simétrica, presenta rasgos típicos del estilo Khleang: una frente amplia, cejas arqueadas que se unen sobre una nariz recta y labios ligeramente curvados en una sonrisa contenida, símbolo de serenidad divina. El tocado alto, elaborado pero sobrio, con bandas horizontales y una terminación cónica, es otro rasgo distintivo del periodo, al igual que el sampot (paño inferior) de pliegues verticales suavemente tallados y anudado con elegancia a la altura de la cintura, sin excesiva ornamentación. En este estilo se aprecia una clara búsqueda de equilibrio entre el naturalismo y la idealización espiritual: los cuerpos adquieren una volumetría más orgánica que en etapas anteriores, pero mantienen una frontalidad hierática que subraya su carácter sagrado. La superficie lisa de la piedra, apenas interrumpida por detalles decorativos, confiere a la figura una cualidad atemporal y trascendente, en consonancia con la concepción jémer del templo como microcosmos del universo y de la escultura como manifestación terrenal del principio divino. Esta representación, por tanto, no sólo encarna la excelencia técnica y estética del arte de Angkor, sino también su profunda función religiosa, en la que la forma humana se convierte en vehículo de lo eterno.
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