Maestro madrileño; último tercio del siglo XVII.
“La visión de san Bruno”
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Presenta faltas en la superficie pictórica.
Medidas: 71,5 x 131,5 cm.
Esta pintura de la escuela madrileña del último tercio del siglo XVII, representa la visión mística de san Bruno, fundador de la orden cartujana. Se trata de una composición profundamente simbólica que combina el dramatismo del barroco español con una espiritualidad intensa, propia del contexto contrarreformista que caracterizó el arte sacro de la época.
La escena transcurre en un interior sombrío, donde san Bruno, vestido con el hábito blanco característico de la orden, se halla arrodillado frente a un altar ricamente decorado. Su gesto extático, con los brazos abiertos y el rostro iluminado por una luz sobrenatural, denota un momento de revelación divina. Ante él, suspendido entre las nubes, aparece un ángel que le señala con gesto el altar, donde se yergue una imagen de la Virgen con el Niño, dispuesta sobre un ostensorio barroco. La disposición de los personajes y la teatralidad de las actitudes responden a los recursos visuales propios del barroco, cuyo objetivo era conmover al espectador y reforzar los ideales de la fe católica.
El cielo superior se puebla de cabezas de querubines y resplandores dorados que enfatizan la manifestación celestial. A la derecha, una ventana abierta ofrece una vista de un paisaje crepuscular, que contrasta con la escena sobrenatural del interior y amplía el espacio pictórico con una nota melancólica. Este recurso refuerza el aislamiento místico del santo y su despegue del mundo terrenal.
El tema de la visión de san Bruno tiene una profunda relevancia dentro de la iconografía contrarreformista. San Bruno, figura austera y contemplativa, fue reivindicado por la Iglesia como modelo de santidad y recogimiento. Su vida eremítica y su fundación de la Cartuja lo convirtieron en un símbolo del retorno a la pureza espiritual, en oposición a la corrupción del mundo. Por ello, su figura fue objeto de una iconografía específica que exaltaba sus éxtasis, sus visiones y su papel como intermediario entre lo divino y lo humano.
La pintura demuestra la alta calidad técnica de la escuela madrileña del siglo XVII, heredera de los grandes maestros del Siglo de Oro como Francisco Rizi, Claudio Coello o Juan Carreño de Miranda. La ejecución muestra un dominio notable del claroscuro, un manejo expresivo del color terroso y una gran habilidad en la representación de texturas, como se observa en el tratamiento del hábito, las nubes y el damasco del altar. La composición, de fuerte carga teatral, responde a los principios del arte barroco español, donde lo espiritual y lo emocional se entrelazan para provocar una experiencia devocional profunda.