PABLO PICASSO (Málaga, 1881–Mougins, 1973).
Sin título. 16.07.68
Ceras sobre papel.
Firmado y fechado en el margen derecho.
Medidas: 16 x 28 cm; 46 x 56 cm (con marco).
Este dibujo original, realizado con ceras azules sobre papel y firmado por Pablo Picasso el 16 de julio de 1968, constituye un ejemplo tardío pero sumamente revelador de su inagotable vitalidad creativa. Observamos una figura masculina apenas esbozada, reducida a su gestualidad más esencial: una cabeza de rasgos caricaturescos, orlada por una cabellera enmarañada, perilla y bigote, tal vez alusiva al arquetipo del artista, del poeta o del hidalgo barroco.
La economía del trazo, raudo y vibrante, revela la maestría absoluta de un autor que, en su vejez, ha depurado todo artificio. La línea fluye con libertad instintiva, como dictada por una memoria plástica que se justifica a sí misma. Cejas en V, puntos para los ojos, boca disimulada tras un bigote zigzagueante de manillar, etc. La cabeza parece coronada por un gorro que lo dota de un arie cómico y teatral, casi cervantino. En la parte inferior del dibujo, un movimiento de zigzag evoca el suelo, el mar o quizá la energía misma del personaje. Este gesto espontáneo, casi caligráfico, articula el espacio sin necesidad de fondo ni escenografía.
Fechada en 1968, cuando Picasso contaba ya con 87 años, la obra pertenece a un periodo crepuscular en el que el artista trabajaba con intensidad febril. En estos años, su estilo se hace cada vez más lúdico, sintético y desinhibido, bordeando lo grotesco y lo infantil con soberana lucidez.
Responde al arquetipo de retrato mental, un emblema picassiano. Podría interpretarse como una figura-tipo ambivalente: el hombre sabio, el bufón, el artista, el espectador. También podría verse como un autorretrato velado, hecho con humor, sin solemnidad.
Creador del cubismo junto con Braque, la pintura de Picasso supuso un punto de inflexión en la historia del arte. Inicia sus estudios en 1895, en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, y tan sólo dos años después realiza su primera muestra individual, en el café “Els Quatre Gats”. Tras varias estancias cortas en París, Picasso se instala definitivamente en la capital francesa en 1904. El definitivo reconocimiento internacional llegará en 1939, a raíz de la retrospectiva que le dedica el MOMA de Nueva York. Durante las décadas siguientes se le dedicarán muestras antológicas por todo el mundo, en Roma, Milán, París, Colonia y Nueva York, entre otras muchas ciudades. Está representado en los museos más importantes de todo el mundo, como el Metropolitan, el MOMA y el Guggenheim de Nueva York, el Hermitage de San Petersburgo, la National Gallery de Londres o el Reina Sofía de Madrid.
Este pequeño dibujo es un testimonio elocuente de la potencia expresiva del último Picasso. Su aparente simplicidad encierra una complejidad poética: la línea se convierte en lenguaje, el gesto en signo vital.