Cuatro ángeles torcheros provenzales, siglo XVII.
Madera tallada y policromada.
Medidas: entre 62 cm. y 65 cm. (altura)
Con un lenguaje que evoca la riqueza de su época, se presenta este excepcional conjunto de cuatro ángeles torcheros, magníficos exponentes de la escultura barroca provenzal del siglo XVII. Realizados en madera tallada, estofada y policromada, estas figuras de porte celestial, con sus 62 cm de anchura y 65 cm de altura, son un
Lote formado por cuatro excelentes tallas escultóricas: ángeles torcheros que son testimonio elocuente de la maestría y la sensibilidad artística de los talleres de la Provenza durante el barroco.
Cada uno ellos se yergue con una elegancia dinámica y una estudiada pose que denota el influjo del Barroco pleno. Sus figuras, de anatomía delicadamente sugerida bajo ampulosos ropajes, exhiben un contrapposto sutil, que les confiere una gracia natural y evita la rigidez hierática. Los paños, tratados con una pericia notable, se arremolinan en pliegues audaces y voluminosos, dotando a las esculturas de un ritmo ascensional y una teatralidad contenida. La técnica del estofado, visible en las vestiduras, revela bajo la capa pictórica el brillo del oro subyacente, creando un efecto de suntuosidad y riqueza que capta y refleja la luz, un recurso estético quintaesencial del Barroco para evocar la gloria divina.
Las alas, de imponente envergadura y plumaje detallado, se despliegan con vigor, enmarcando las figuras y acentuando su condición de mensajeros celestiales. Sostienen en sus manos candeleros, destinados a portar las luces que iluminarían, con toda probabilidad, un altar o un paso procesional, simbolizando la luz de la fe en medio de las tinieblas.
Los rostros, de una serenidad clásica, se caracterizan por sus rasgos finos y un tratamiento suave en el modelado de las facciones, con cabelleras de rizos dorados que se agitan con gracia.
Las figuras reposan sobre basamentos arquitectónicos profusamente ornamentados. Dos de ellos presentan un diseño de rocalla y volutas que flanquean un escudo central, mientras que los otros dos incorporan la singularidad de una cabeza de querubín en la base, un detalle iconográfico que refuerza la naturaleza angélica del conjunto.