PABLO PICASSO (Málaga, 1881 – Mougins, Francia, 1973).
"Femme dans l'atelier (Jacqueline)", 1956.
Fototipia con pochoir sobre papel vejurado Arches, ejemplar 146/350.
Firmado y justificado a lápiz.
Con etiqueta al dorso de Guy Spitzer, editor.
Medidas: 47 x 56 cm.(imagen); 63,5 x 70,5 cm.(papel); 92 x 112,5 cm.(marco).
Como obra de plena madurez, Femme dans l’atelier testimonia la capacidad de Picasso para integrar y trascender sus etapas anteriores —cubismo, clasicismo y surrealismo— en un estilo ecléctico en el que se unen un extraodinario dominio técnico y una libertad expresiva profundamente personal. De hecho, más allá de su pintura y escultura, Picasso desarrolló una extraordinaria labor como grabador, considerada una de las vertientes más ricas y reveladoras de su genio creativo. A través de técnicas como el aguafuerte, la litografía, la punta seca o el linograbado, exploró nuevas posibilidades expresivas y dio lugar a series gráficas de enorme complejidad e innovación. Su obra grabada no solo complementa, sino que amplía y profundiza su universo artístico, mostrando cómo cada línea y cada huella en la plancha se convierten en un espacio de experimentación constante, donde se funden la espontaneidad y el rigor técnico.
En el caso que nos ocupa, La escena muestra a una figura femenina, identificada como Jacqueline Roque, última compañera y musa de Picasso, quien a mediados de los años 50, se convirtió en su principal modelo e inspiració. La figura, resuelta con trazos rotundos y curvas simplificadas, aparece envuelta en una atmósfera intimista, silenciosa. El rostro, de perfil, de líneas alargadas y ojos oscuros, refleja serenidad y concentración La escena del taller es un motivo reiterado en la obra picassiana . En este caso, Picasso se representa indirectamente a través del espacio del creador, y al colocar a Jacqueline frente a un lienzo, reafirma su papel como musa, pero también como presencia activa en el proceso artístico.
Creador del cubismo junto con Braque, Picasso inicia sus estudios artísticos en Barcelona, en la Escuela Provincial de Bellas Artes (1895). Tan sólo dos años después, en 1897, Picasso realiza su primera muestra individual, en el café “Els Quatre Gats”. París se va a convertir en la gran meta de Pablo y en 1900 se traslada a la capital francesa por un breve periodo de tiempo. Al regresar a Barcelona, empieza a trabajar en una serie de obras en la que se observan las influencias de todos los artistas que ha conocido o cuya obra ha visto. Es una esponja que lo absorbe todo pero no retiene nada; está buscando un estilo personal. Entre 1901 y 1907 se desarrollan la Etapa Azul y la Etapa Rosa, caracterizadas por el uso de esos colores y por su temática con figuras sórdidas, aisladas, con gestos de pena y sufrimiento. La pintura de estos años iniciales del siglo XX está viviendo continuos cambios y Picasso no puede quedarse al margen. Se interesa entonces por Cézanne, y partiendo de su ejemplo va a desarrollar una nueva fórmula pictórica junto a su amigo Braque: el cubismo. Pero Picasso no se queda ahí y en 1912 practica el collage en la pintura; a partir de este momento todo vale, la imaginación se hace dueña del arte. Picasso es el gran revolucionario y cuando todos los pintores se interesan por el cubismo, él se preocupa por el clasicismo de Ingres. El movimiento surrealista de 1925 no le coge desprevenido y, aunque no participa abiertamente, le servirá como elemento de ruptura con lo anterior, introduciendo en su obra figuras distorsionadas con mucha fuerza y no exentas de rabia y furia. Picasso está representado en los museos más importantes de todo el mundo, como el Metropolitan, el MOMA y el Guggenheim de Nueva York, el Hermitage de San Petersburgo, la National Gallery de Londres o el Reina Sofía de Madrid.