Cruz relicario; escuela española; c. 1622.
Bronce dorado, cuarzo, hueso grabado y plata.
Presenta daños originados por el paso del tiempo.
Medidas: 61 x 23,5 x 17,5 cm (total).
Cruz relicario de escuela española, fechada hacia 1622, realizada en bronce dorado, cuarzo, hueso grabado y plata. La estructura de la cruz responde al lenguaje estético del primer barroco hispánico, donde la riqueza material y la minuciosidad en los detalles se utilizaban para intensificar la experiencia religiosa. El Cristo crucificado, tallado en hueso grabado, destaca por su expresividad anatómica y el contenido dramático de su representación, rasgos propios de la imaginería barroca que buscaba conmover a los fieles.
En los brazos de la cruz hay pequeños medallones enmarcados, probablemente relicarios, trabajados en plata, que añaden un carácter sagrado y aurático a la pieza. En el extremo superior está inscrito el titulus crucis, el tradicional "INRI". En la parte inferior del stipes está la calavera con las tibias cruzadas, símbolo del Gólgota y del triunfo de Cristo sobre la muerte.
El pie de la cruz se compone de una base de bronce dorado, ricamente ornamentada con volutas caladas y decoración de motivos vegetales, que le confiere un aire solemne y ceremonial. En su centro se eleva un elemento de cuarzo cristalino, que funciona como soporte y alude, posiblemente, a la pureza y transparencia de lo divino. Este bloque se inserta en una base cuadrangular, decorada con relieves, aplicaciones de plata y cabujones que refuerzan su carácter precioso.
La realización de este tipo de objetos religiosos, destinados a albergar las reliquias de los santos, fue común a partir del periodo gótico, destacando tanto las cruces, como las llamadas "testas", que, en la documentación contemporánea a su realización, eran muy populares. Se utilizaban para contener reliquias. A pesar de que muchas de ellas adoptaron formas muy diversas, todas tenían la misma finalidad devocional, que a veces iba más allá del fanatismo. Hay que recordar, sin embargo, que en aquella época se consideraba reliquia sagrada prácticamente cualquier elemento que hubiera estado en contacto con el santo o sus restos mortales (paños, tierra de sepultura, etc.). Esto desencadenó todo un mercado para tales objetos. Los mejores ejemplares se fabricaban con metales preciosos, pero especímenes como el presente también eran muy apreciados, tanto por el recipiente como, sobre todo, por el contenido.