SEBASTIÁN DE LLANOS Y VALDÉS (ca. 1605-1677).
“Cabeza de San Pablo”.
Óleo sobre lienzo.
Presenta faltas.
Posee marco del siglo XIX.
Medidas: 53 x 67,5 cm; 63 x 78,5 cm (marco).
En este lienzo se representa la cabeza de San Pablo decapitada, claramente reconocible gracias a la fisonomía del Evangelista: sus cabellos y barbas. La imagen se alza sobre un fondo oscuro que realza su presencia física, situado en primerísimo término, junto a la espada con la que ha sido decapitado. El personaje se presenta como un hombre totalmente terrenal, con un rostro alejado de toda idealización y totalmente expresivo, heredero de las formas del genovés Bernardo Strozzi. Formalmente, destaca el tenebrismo, también derivado del pintor italiano, que se basa en un foco de luz artificial, dirigida, que penetra en el cuadro por el ángulo inferior izquierdo e incide en el rostro del santo y el filo de la espada. El cromatismo es asimismo propio de la escuela sevillana, muy acotado en torno a los ocres, terrosos, reflejo de la atmósfera cálida y naturalista.
En cuanto al tema, se trata de la decapitación de San Pablo, quien tras estar dos años prisionero en Cesárea por proclamar la palabra de Jesús, sufrió martirio y posteriormente fue decapitado (y no crucificado) debido a su condición de romano. Este tipo de representaciones fueron muy habituales en el Barroco, ya que unían el afán por destacar los martirios con la teatralidad y el afán por llegar al fiel a través del sentimiento, y se realizaron tanto en pintura como en escultura de madera tallada y policromada.
Pintor barroco español, activo en Sevilla y, al parecer, discípulo de Francisco de Herrera el Viejo, el estilo de Sebastián de Llanos Valdés muestra mucha influencia de Francisco de Zurbarán. Se le sabe Alcalde del Gremio de Pintores en Sevilla en 1653, y se le supone (según textos contemporáneos), con una holgada posición económica. Además, cofundó la Academia de Dibujo de San Lucas en 1660, junto con Murillo y Herrera el Mozo. Se conserva obra suya en la Catedral de Sevilla, además de unos Evangelistas monumentales en la Casa de Pilatos dela misma ciudad. El siglo XVII supone en la escuela sevillana la llegada del barroco, con el triunfo del naturalismo frente al idealismo manierista, una factura suelta y otras muchas libertades estéticas. En este momento la escuela alcanza su mayor esplendor, tanto por la calidad de las obras como por el rango primordial de la pintura barroca hispalense. Así, durante la transición al barroco encontramos a Juan del Castillo, Antonio Mohedano y Francisco Herrera el Viejo, en cuyas obras se manifiesta ya la pincelada rápida y el crudo realismo del estilo, y Juan de Roelas, introductor del colorismo veneciano. A mediados de la centuria se produce la plenitud del periodo, con figuras como Zurbarán, un joven Alonso Cano y Velázquez. Finalmente, en el último tercio del siglo encontramos a Murillo y Valdés Leal, fundadores en 1660 de una Academia donde se formarán muchos de los pintores activos durante el primer cuarto del siglo XVIII, como es el caso de Meneses Osorio, Sebastián Gómez, Lucas Valdés y otros.