Escuela hispano-flamenca; primera mitad siglo XVI.
“San Juan evangelista”.
Óleo sobre tabla.
Medidas: 106 x 58 cm; 116,5 x 68 cm (marco).
Esta imagen recoge un modelo iconográfico de San Juan Evangelista poco frecuente, en el que el santo aparece sujetando un cáliz con su mano derecha, del que sale una serpiente verde, mientras que acerca su mano hacia la serpiente que emerge del cáliz dorado. Hasta bien entrado el siglo XX, era tradición llevar botellas de vino o sidra ese día a misa, que luego serían bendecidas. Así, cada vez que se abría una botella de vino o sidra en la casa, un poco de ese vino bendecido en la fiesta de san Juan Evangelista debía ser vertido en la botella nueva. La tradición nace a partir de una historia asociada a la biografía del santo: se cuenta que, estando en Éfeso, a Juan le ofrecieron una copa de vino envenenado. Antes de beber, bendijo la bebida y el veneno salió de la copa, en forma de una pequeña serpiente verde.
La escuela flamenca del siglo XVI ocupa un lugar central en la historia del arte europeo por su refinamiento técnico, su sensibilidad hacia el detalle y su capacidad de conjugar el realismo con lo simbólico. Heredera de la tradición iniciada por maestros como Jan van Eyck y Rogier van der Weyden en el siglo XV, la pintura flamenca del siglo XVI supo adaptarse a las transformaciones culturales y religiosas de su tiempo, manteniendo su identidad distintiva incluso frente a la expansión del Renacimiento italiano.
Una de las características más notables de esta escuela es el uso magistral del óleo, técnica que los flamencos no solo perfeccionaron, sino que elevaron a una herramienta expresiva sin precedentes. El manejo del color, la profundidad lograda a través de veladuras y la representación casi microscópica de las texturas confieren a las obras flamencas un nivel de realismo que sorprende incluso al espectador contemporáneo. En sus composiciones, es frecuente encontrar una atención minuciosa a los objetos cotidianos, a las superficies —ya sean metales, tejidos, flores o piel— y a los efectos lumínicos, todo ello integrado en una iconografía de gran complejidad intelectual y espiritual.
Durante el siglo XVI, y en especial en los Países Bajos del sur (la actual Bélgica), la pintura flamenca vivió un proceso de síntesis entre la tradición gótica y las influencias del Renacimiento italiano. Artistas como Pieter Bruegel el Viejo llevaron esta fusión a nuevas alturas, introduciendo una visión profundamente humanista y una sensibilidad narrativa que ampliaron los horizontes temáticos de la pintura. En obras como El regreso de los cazadores o La torre de Babel, Bruegel demostró que la pintura podía ser no solo un vehículo de devoción, sino también de crítica social, de observación del comportamiento humano y de reflexión filosófica.
La importancia de la escuela flamenca también radica en su impacto internacional. Sus obras circularon ampliamente por Europa y fueron muy valoradas en España, Alemania, Inglaterra e Italia. Coleccionistas y mecenas apreciaban tanto su valor estético como su contenido simbólico y moral. Esta difusión ayudó a establecer ciertos modelos pictóricos —como los retratos de medio cuerpo, los paisajes o las escenas de género— que influirían profundamente en otras escuelas nacionales.