Escuela italiana (Roma) del siglo XIII.
"La Virgen con el Niño y cortejo de ángeles" y "La Sagrada Familia con San Juan Bautista niño".
Pareja de óleos sobre mármol.
Una presenta roturas restauradas; la otra, faltas restauradas.
Medidas: 26 x 40 cm. (cada una); 32 x 46,5 cm.(marcos).
Este par de óleos sobre mármol representa un exquisito testimonio de la pintura italiana del Settecento. Se trata de dos obras de gabinete, de pequeño formato y preciosismo técnico, concebidas para la devoción privada y el deleite estético de un coleccionista erudito. La elección del mármol como soporte confiere a la pintura una superficie lisa y luminosa, y dota al objeto de un carácter perdurable y lujoso.
Estilísticamente, estas obras se sitúan en una fascinante encrucijada entre el patetismo dramático del Barroco tardío y la gracia incipiente del Rococó, con un marcado acento clasicista propio de la escuela romana de la época.
En esta primera composición, asistimos a una escena de glorificación mariana de gran solemnidad contenida. La Virgen sostiene con ternura al Niño Jesús. La iconografía se enriquece con la presencia de un cortejo celestial que les rinde homenaje ofreciendo flores, símbolo de la pureza de María (Rosa Mística), de las virtudes y del Paraíso.
El fondo neutro y oscuro elimina toda distracción narrativa, concentrando la atención del espectador en las figuras sagradas. Mediante un estudiado claroscuro, la luz emana de los propios personajes, modelando sus anatomías y paños con una solidez y un volumen que les otorgan, como bien se apunta, un carácter eminentemente escultórico. Los dos cortinajes rojos que penden en las esquinas superiores son un recurso heredado del Barroco teatral.
La segunda pintura presenta a Sagrada Familia con San Juanito, un tema muy apreciado en el Settecento por su capacidad para humanizar lo divino. La composición se articula en torno al grupo central de la Virgen y el Niño, quienes interactúan con un joven San Juan Bautista. Este último aparece con sus atributos canónicos: el cordero (Agnus Dei), prefiguración del sacrificio de Cristo, y una filacteria que confirma su papel como Precursor.
En un segundo plano se encuentra San José. Su representación es notable: con barba entrecana y semblante ensimismado, no participa directamente en la interacción divina de los niños, sino que asume su papel de custodio pensativo y protector. En lo alto, un coro de serafines envueltos en una luz celestial introduce una nota de gracia y dulzura Rococó, contrastando con la gravedad de la escena principal. El cortinaje rojo, aquí en un único ángulo, vuelve a ser el recurso que enmarca la escena, dotándola de una dimensión trascendente y teatral.
Ambas obras, a través de su refinada técnica y su compleja síntesis estilística, son un perfecto reflejo de la cultura artística de la Italia del siglo XVIII: un arte que mira a los grandes maestros del pasado (Caravaggio, la escuela boloñesa y romana) pero los reinterpreta con una nueva sensibilidad, más íntima, elegante y decorativa, destinada al goce intelectual y espiritual de las élites cultivadas de la época.