Seguidor de BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO (Sevilla, 1617 – 1682); siglo XVIII.
“Santa Rosa de Lima”.
Óleo sobre lienzo.
Presenta faltas.
Posee marco de época.
Medidas: 83 x 62 cm; 93 x 72 cm (marco).
Escena devocional en la que se representa a una santa sosteniendo al Niño Jesús entre sus brazos a modo de maternidad. La pieza sigue el modelo del cuadro de Bartolomé Esteban Murillo que se encuentra actualmente en la colección del Museo Lázaro Galdiano de Madrid. La Santa, con hábito dominico, arrodillada, contempla arrobada al Niño Jesús, que sentado en una almohadilla sobre el cesto de la costura, alza las manos hacia la Santa en gesto acariciador con la izquierda, y con la derecha entregándoles rosas, a la derecha se advierte un edificio, sin duda el convento, y en primer término un rosal.
En concreto se trata de Isabel de Flores Oliva (Lima, 1586-1617), más conocida como Santa Rosa de Lima, fue una santa peruana, mística dominica canonizada en 1671. Es la primera santa de América, patrona de Lima y del Perú desde 1669, del Nuevo Mundo y Filipinas desde 1670. En 1615 los buques corsarios holandeses deciden atacar la ciudad de Lima, corriendo pronto la noticia entre la población. Ante ello, Rosa, reúne a las mujeres de Lima en la iglesia para orar por la salvación de Lima. La santa subió al altar, y cortándose los vestidos y remangados los hábitos puso su cuerpo para defender a Cristo en el Sagrario. Misteriosamente, el capitán de la flota neerlandesa falleció en su barco días después, lo que supuso la retirada de las naves. En Lima todos atribuyeron el milagro a Rosa, y por ello se la suele representar frente al mar, rogando a Dios protección contra los corsarios.
Por las características técnicas la pieza presenta similitudes con la obra heredera de Murrillo. En lo formal destaca tanto en la interpretación cercana y humana, netamente contrarreformista, como con su intensidad expresiva, que conecta directamente con el fervor popular a través de un lenguaje basado en el conocimiento de las escuelas italiana y flamenca. Así, las figuras son eminentemente clásicas, al igual que la gestualidad y los rostros, ligeramente idealizados.
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