NICOLÁS BORRAS (Cocentaina, 1530-Monasterio de San Jerónimo de Cotalba, 1610).
“Cristo Eucarístico”.
Adjunta informe expedido por Don José María Gómez Frechina.
Óleo sobre lienzo.
Medidas: 101 x 76 cm; 114 x 87 cm (marco).
La iconografía de esta obra, que representa a Cristo Eucarístico sosteniendo la forma consagrada con la inscripción “IHS”, remite de manera directa a un motivo devocional ampliamente difundido en la pintura valenciana del siglo XVI y, en particular, al modelo establecido por Juan de Juanes. Sin embargo, la presente pintura debe atribuirse a Nicolás Borrás (Cocentaina, 1530 – Monasterio de San Jerónimo de Cotalba, 1610), uno de los seguidores más fieles y cualificados del maestro, cuya producción asimila y reelabora con notable coherencia el lenguaje juanesco.
Formado en la órbita de Juan de Juanes, Borrás desarrolló un estilo profundamente marcado por la idealización clasicista y la claridad espiritual propias del modelo, pero matizado por una sensibilidad personal más contenida y reflexiva. En esta obra, el rostro de Cristo responde a ese ideal de belleza serena y humanizada: el óvalo facial equilibrado, la transición suave entre luces y sombras y el cuidado en el tratamiento de la barba y el cabello revelan una mano experta, atenta al dibujo y al modelado preciso. Los ojos almendrados, de expresión recogida, y la leve inclinación del cuello transmiten una espiritualidad silenciosa, acorde con el carácter meditativo que define buena parte de la producción de Borrás.
El tratamiento de las telas evidencia igualmente la herencia de Juan de Juanes, reinterpretada con un lenguaje propio. El manto rojo presenta pliegues amplios y ordenados, de volumen firme y construcción clara, que remiten a la tradición renacentista de raíz italiana, filtrada por la estética valenciana. No obstante, en esta versión destaca de manera especial el telón de fondo, un paño verde ricamente decorado con brocados dorados, cuya minuciosa ejecución aporta profundidad y solemnidad a la escena. Borrás demuestra aquí un notable dominio del color y de la textura pictórica, integrando el fondo como elemento de realce simbólico sin restar protagonismo a la figura de Cristo.
Mención aparte merece el mantel blanco dispuesto en primer plano, tratado con un cuidado excepcional. Sus pliegues angulosos, la luminosidad fría del tejido y la precisión en la definición de los bordes revelan una atención casi miniaturista al detalle, rasgo característico de Nicolás Borrás. Este gusto por la exactitud formal y la pulcritud técnica, heredado del taller de Juanes, se convierte en su obra en un recurso expresivo al servicio de la claridad visual y del mensaje devocional.
En conjunto, la pintura se inscribe plenamente en el esplendor de la escuela valenciana del siglo XVI, encabezada por Juan de Juanes y prolongada por artistas como Nicolás Borrás. En ella confluyen la influencia de Rafael —asimilada a través de grabados y modelos italianizantes y la tradición hispana de una espiritualidad clara, didáctica y luminosa. La composición equilibrada, la pureza del dibujo, el colorido armonioso y la nitidez narrativa confirman a Borrás como un intérprete fiel y refinado del ideal juanesco, capaz de dotarlo de una personalidad propia dentro del panorama artístico de su tiempo.
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