PEDRO ONOFRE COTTO FERRER ( Palma de Mallorca,1669 - Madrid,1713).
“La adoración de los pastores”.
Óleo bajo vidrio.
Medidas: 30 x 34 cm; 40 x 43 cm (marco).
Este capricho arquitectónico se inscribe en una serie muy apreciada de Pedro Onofre Cotto Ferrer en la que el pintor combina grandes escenarios de arquitectura clásica en ruinas con episodios bíblicos de pequeño formato. La obra guarda una estrecha relación con otra composición conocida del artista, cercana en planteamiento a La Visitación, pero donde el motivo central es la Adoración de los pastores al Niño, resuelta igualmente como una escena íntima integrada en un vasto paisaje arquitectónico. En ambos casos, la narración religiosa queda subordinada al espectáculo visual de las perspectivas, los pórticos y los efectos atmosféricos, uno de los sellos más atractivos de su producción.
Pedro Onofre Cotto Ferrer, formado en el ambiente familiar y heredero de la tradición de arquitecturas fingidas cultivada por su padre, alcanzó notoriedad como especialista en paisajes barrocos con ruinas imaginarias, poblados por figuras diminutas y escasas. Sus composiciones destacan por la complejidad espacial, las diagonales audaces y la elegancia escenográfica, con claras influencias de Claudio de Lorena y de la pintura valenciana, visibles en la armonía entre arquitectura, naturaleza y relato.
Tras ejercer como pintor de la Universidad de Mallorca, Cotto se trasladó a Madrid a finales del siglo XVII, consolidando una reputación que pronto trascendió las islas. Obras firmadas y fechadas en torno a 1694–1695, tanto de temática religiosa como mitológica, permiten fijar con claridad su estilo, hoy reconocido en colecciones históricas y privadas. Asimismo, destacó en la pintura sobre cristal, una técnica especialmente valorada en su tiempo, de la que se conservan referencias documentales y varias composiciones religiosas de carácter arquitectónico.
Este tipo de obras resume a la perfección el atractivo artístico de Pedro Onofre Cotto: pinturas refinadas, de gran efecto visual, que combinan devoción, erudición clásica y fantasía arquitectónica, y que lo sitúan como una figura singular dentro del paisaje barroco español de finales del siglo XVII.
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