LLORENÇ CERDÀ I BISBAL (Pollença, 1862 – Palma, 1955).
“Honderos mallorquines”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
Adjunta documentos.
Medidas: 60 x 49 cm; 77 x 67 cm (marco).
Llorenç Cerdà i Bisbal se formó inicialmente en la Academia de Bellas Artes de Palma, entre 1879 y 1981, y más tarde en la Escuela Especial de Pintura. Después le serían concedidas sendas becas para completar su aprendizaje en Madrid, entre 1883-84, y en Roma, entre 1885-86, donde compartiría aula con, entre otros, Sorolla, Mariano Benlliure, Enric Simonet y otros. Su pintura se vería muy influida por Antoni Ribas, Joan Mestre, Ricardo Anckermann, Carlos de Haes y Vicente Palmaroli González, que sería director de la Academia Española del Roma durante el tiempo de su estancia. Su pintura bebe, pues, de un fuerte clasicismo y del realismo idealizado de la pintura mallorquina del siglo XIX. A lo largo de su carrera dirigiría la Escuela de Artes y Oficios y el Museo de Bellas Artes de Palma y sería también elegido académico de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Entre 1924 y 1955 fue vicepresidente de la Comisión de Monumentos de Baleares y sería también vicepresidente de la Academia de Bellas Artes de San Sebastián. Formaría a numerosos pintores, entre los que se cuentan Pere J. Barceló Oliver, Simeó Cerdà Juan, Josep Pons Frau o Joan Pizà Canyelles. Su obra de juventud se centra en la figura humana, con numerosas escenas de tipo costumbrista, como Lavadero público de Santa Catalina (1891), Feria de santo Tomàs en Palma (1892), Pescadores (1892) o La vuelta del trabajo (1898). A principios del siglo XX, sin embargo, su obra derivaría hacia el paisaje, hasta hacer de éste su principal motivo de inspiración, el centro de su obra. Creó grandes panorámicas, realistas, con cierta solemnidad, donde, a medida que avanzamos hacia su madurez, el pintor va demostrando un interés creciente por la captación lumínica. En su obra más característica, pues, el dibujo pierde precisión y se hace más sintético, más esbozado. El color, intenso y contrastado, gana importancia, junto con la pincelada, el trazo expresivo y desdibujado.