HYACINTHE LEMAIRE (1808-1879).
“Retrato de dama”, 1818.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Firmado y fechado en el margen izquierdo.
Medidas: 81 x 65 cm; 101 x 83 cm (marco).
Retrato femenino de notable refinamiento técnico y sensibilidad estética, característico de la tradición retratista europea de principios del siglo XIX. Se trata de una obra que se inscribe dentro del neoclasicismo tardío, con reminiscencias del estilo Biedermeier, tanto por la sobriedad compositiva como por la atención al detalle y el enfoque intimista.
La figura central, una joven mujer de rostro sereno y gesto contenido, se presenta en un entorno natural ligeramente esbozado, donde un cielo claro y montañas suaves en el horizonte aportan una atmósfera apacible y enmarcan la figura con discreta armonía. La luz, suave y difusa, modela el rostro con delicadeza, resaltando las mejillas sonrosadas, los labios cerrados y la mirada dirigida hacia el espectador con una mezcla de dulzura y reserva. La textura aterciopelada de la piel y el tratamiento detallado del peinado—con rizos definidos y una cinta dorada que adorna el cabello—refuerzan la elegancia idealizada de la retratada.
El vestido combina elementos de la moda imperio con referencias regionales. Destaca el corpiño negro con cintas doradas, las mangas abullonadas de gasa transparente y el manto o chal ocre decorado con bordados, que aporta una nota cálida y ornamentada al conjunto. La meticulosidad con la que se ha representado la textura de las telas y los reflejos de luz en los pliegues indica un alto grado de virtuosismo técnico, característico del retrato burgués y aristocrático de la época.
La composición triangular, con las manos entrelazadas al centro del cuadro, aporta estabilidad visual y concentra la atención del espectador en el rostro y el gesto de la modelo. La posición de las manos, con un leve cruce de dedos y un anillo que adorna uno de ellos, añade un componente simbólico que podría aludir al estatus civil, al compromiso afectivo o a la pertenencia social de la retratada.
Esta obra se destaca no solo por su destreza formal, sino también por su capacidad de evocar el ideal femenino del periodo post-napoleónico: reservado, elegante y contenido, inscrito en un canon de belleza armónica y serena. En suma, el retrato representa un ejemplo paradigmático de la sensibilidad pictórica del primer tercio del siglo XIX, donde la representación individual se convierte también en espejo de valores sociales y culturales propios de una élite ilustrada y refinada.
Se trata probablemente del único cuadro conocido de este artista, nacido en 1795, conocido sobre todo como retratista de miniaturas. Lleva en el dorso del marco una antigua etiqueta de venta «L..Re école de Ro...n°122. (Nathalie Lemoine-Bouchard, pintores de miniaturas activos en Francia, 1650-1850, 2008 les éditions de l'amateur).