LUIGI MONTEVERDE (Suiza, 1841- 1923).
“León Tolstói".
Óleo sobre lienzo.
Presenta inscripción al dorso.
Firmado en el ángulo inferior derecho. Firmado al dorso.
Medidas: 44 x 32 cm.
Retrato de gran naturalismo en el que se representa un anciano de busto sobre un fondo neutro. El rostro es el absoluto protagonista de la obra, magníficamente modelado a través de un sabio uso de las luces y las sombras, con acertados contrastes que realzan la plasticidad de los rasgos. El personaje está tratado con un dramatismo y un hondo misticismo, y a pesar de no mostrar ningún atributo, podríamos estar frente a la representación de León Tolstói.
La infancia Monteverde, transcurrió en un entorno geográficamente diverso y culturalmente rico, dividido entre las ciudades de Lugano, Buenos Aires y Montevideo. En este último núcleo urbano, fundamental para su formación inicial, recibió sus primeras enseñanzas artísticas de la mano de su hermano mayor, quien se desempeñaba como pintor y decorador, y que lo introdujo tempranamente en los rudimentos del dibujo, la composición y las técnicas pictóricas decorativas.
En 1870, animado por un deseo de perfeccionamiento académico y de contacto directo con las grandes tradiciones pictóricas europeas, emprendió un viaje decisivo a Milán, una de las capitales culturales del norte de Italia. Allí ingresó como aprendiz en el taller del reconocido pintor de historia Antonio Barzaghi-Cattaneo, cuyas enseñanzas contribuyeron notablemente a refinar su dominio del dibujo académico y su sensibilidad por la narrativa visual. Paralelamente, se inscribió en la prestigiosa Academia de Bellas Artes de Brera, institución que en aquel entonces gozaba de un gran prestigio internacional y que le permitió acceder a una formación sistemática y rigurosa en las disciplinas del arte clásico, así como entrar en contacto con las corrientes pictóricas más actualizadas del momento.
Aunque su paso por la academia milanesa lo expuso a una variedad de géneros y estilos, Monteverde se hizo particularmente célebre por su predilección por las escenas de la vida rural, que abordaba con una sensibilidad detallista y un agudo sentido de la observación. Su obra se caracteriza por una notable capacidad para capturar el ambiente, la luz y los matices cotidianos del campo, dotando a sus composiciones de una dimensión tanto poética como etnográfica. Asimismo, cultivó con éxito el género del bodegón, en el que destacó por su delicadeza técnica, el tratamiento sutil del claroscuro y la precisión en la representación de texturas y objetos.