MARIANO OBIOLS DELGADO (Barcelona, 1860- 1911).
“Romería”, 1898.
Óleo sobre lienzo.
Firmado y fechado en el ángulo inferior derecho.
Medidas: 30 x 50 cm; 46 x 67 cm (marco).
En esta obra vemos una imagen tratada a través de un punto de vista pictoricista, que busca no tanto la descripción anecdótica como la impresión visual, la captación de la atmósfera, la vida bullente y la luz de un momento concreto e irrepetible. Discípulo de Martí Alsina en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, hacia 1885 realiza un primer viaje a París, donde permanecerá por algún tiempo. Dos años después realizó el cartel “Fantasía Japonesa” para la Exposición Universal de Barcelona, celebrada en 1888. En 1890 fija su residencia en Sevilla, y se dedica a pintar obras de género, además de colaborar como ilustrador con varias revistas. Tras realizar un nuevo viaje a París, Obiols se instala de vuelta en Sevilla, desarrollando la parte más importante y conocida de su obra, dedicada fundamentalmente a escenas costumbristas andaluzas, en un estilo suelto y espontáneo, en el que queda patente su facilidad para el dibujo y la ilustración.
Obiols refleja en sus óleos el encanto de lo anecdótico, la belleza oculta en lo cercano, en lo conocido. Consecuencia de su pleno dominio del dibujo y de su impecable factura, las suyas son imágenes vívidas y veraces, marcadas por el gran naturalismo atmosférico y enriquecidas por los ágiles juegos de colores, luces y sombras. Sus obras reflejan la alegría de vivir, la sencilla belleza de lo castizo, a través de un lenguaje vivaz y colorista, muy luminoso. En su paleta, se entrelazan la magistral verdad con la metáfora. El pintor refleja con veracidad las escenas y sus escenarios, prestando especial atención a los motivos anecdóticos, con los que establece un verdadero diálogo. Obiols busca la figura curiosa, el elemento caprichoso de la decoración, la historia humana que tenga un atractivo especial, la vanagloria de vivir a gusto e inmerso en las costumbres de la época. Así puede comprobarse en esta obra, donde la conversación galante entre un jinete y una joven que carga un gran cántaro (probablemente destinado a algunas de las casetas de la feria de abril) centra la escena. Esta se desarrolla, por otra parte, bajo el luminoso cielo andaluz.