EMILIO ÁLVAREZ AYÓN (Valencia 1889 - Barcelona 1972).
“Paisajes andaluces”.
Óleo sobre tabla (x2).
Medidas: 34 x 22 cm; 39 x 27 cm (marco): 31 x 20 cm; 36 x 25 cm (marco).
En esta pareja de paisajes andaluces, el pintor Emilio Álvarez Ayón, artista valenciano activo entre finales del siglo XIX y buena parte del siglo XX, nos sumerge en una visión pintoresca y serena del sur peninsular, donde el paisaje urbano y natural andaluz se convierte en el verdadero protagonista. Ambas composiciones revelan no solo una sensibilidad paisajística de raíz impresionista, sino también una intención casi documental por preservar la atmósfera local a través de una pincelada ágil y una paleta luminosa.
En el primer lienzo, a la izquierda, se representa un rincón urbano atravesado por un puente de piedra de medio punto, sobre un arroyo poco profundo cuyas aguas reflejan los tonos verdes y ocres del entorno. A un lado, una construcción tradicional con torreón, posiblemente una casa señorial o parte de una antigua muralla, se alza entre la vegetación que trepa por sus muros. Las ventanas abiertas y los balcones con ropa tendida sugieren una escena cotidiana, mientras que la presencia de palomas en pleno vuelo anima la escena y añade un toque dinámico al cielo despejado. La pincelada, suelta pero controlada, acentúa los contrastes lumínicos del día soleado, con especial atención al juego de sombras en el agua y en la piedra del puente.
El segundo paisaje, a la derecha, muestra un espacio más retirado y apacible: una acequia o pequeño canal delimitado por un muro de ladrillo envejecido, en el que la vegetación ha comenzado a conquistar los bordes. Dos figuras femeninas, vestidas con indumentaria tradicional, caminan junto al agua, dotando de escala y vida a la escena. Al fondo, entre la fronda, se distinguen las casas blancas de un pueblo andaluz que se recorta contra el cielo. Esta composición invita a una contemplación más silenciosa, casi íntima, en la que la arquitectura popular se funde armónicamente con la naturaleza circundante.
Ambas obras destacan por su sobriedad compositiva y el equilibrio entre lo descriptivo y lo atmosférico. Álvarez Ayón, sin recurrir a efectismos, consigue capturar el espíritu del paisaje andaluz desde una mirada nostálgica pero vibrante. La luz clara, el colorido terroso, el cielo expansivo y la presencia humana discretamente integrada dotan a esta pareja de óleos de una calidad poética que trasciende la mera representación topográfica.