PERE PRUNA OCERANS (Barcelona, 1904 – 1977).
“Alegoría”, 1928.
Óleo y pastel sobre cartón.
Firmado y fechado en el margen inferior.
Medidas: 50 x 59 cm; 60 x 70 cm (marco).
Esta Alegoría se sitúa en uno de los momentos clave de la producción de Pere Pruna, cuando su lenguaje figurativo alcanza una síntesis madura entre clasicismo y sensibilidad moderna. Realizada en 1928, la obra pertenece a la etapa de plenitud de su carrera internacional, coincidiendo con su consolidación en el ambiente parisino y con los reconocimientos obtenidos ese mismo año.
La composición articula un grupo de figuras femeninas desnudas dispuestas en un paisaje idealizado, acompañadas por un niño y un animal, configurando una escena atemporal y silenciosa. No hay narración explícita: el carácter alegórico reside en la evocación de un mundo ideal, sereno y armónico, donde los cuerpos se presentan como encarnaciones de belleza clásica más que como sujetos individuales. Las figuras, de anatomías gráciles y proporciones alargadas, responden al canon femenino característico de Pruna, basado en la elegancia, la contención emocional y una sensualidad depurada.
El tratamiento técnico combina óleo y pastel, lo que permite una materia suave, aterciopelada, con transiciones delicadas entre luces y sombras. Los tonos cálidos y terrosos, así como el fondo atmosférico, refuerzan la sensación de intemporalidad y ensueño. La influencia del Picasso neoclásico es evidente en la monumentalidad tranquila de los cuerpos y en la claridad compositiva, mientras que el gusto por la armonía y la idealización conecta la obra con el espíritu del Novecento italiano.
Pere Pruna fue un pintor catalán formado en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, vinculado muy pronto al ambiente artístico parisino. En París entró en contacto con Picasso y con círculos intelectuales de vanguardia, desarrollando un estilo figurativo de raíz clásica y moderna a la vez. Su obra, centrada principalmente en la figura femenina, alcanzó proyección internacional en los años veinte y treinta. Tras la Guerra Civil se estableció de nuevo en París, manteniendo una trayectoria reconocida y coherente. Hoy está representado en el Museo Reina Sofia de Madrid, en el MNAC o en el de Montserrat, así como en importantes colecciones públicas y privadas.
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