JOSÉ MARÍA SICILIA (Madrid, 1954).
S/t, 1990.
Técnica mixta (resina y pigmentos) sobre papel montado en dibón.
Presenta al dorso etiqueta de la Galería Pierre Huber.
Medidas: 52 x 70 cm; 76 x 93 cm (marco).
Esta obra realizada en 1990 con resina y pigmentos es un ejemplo elocuente de la investigación plástica del artista en torno a la materialidad, la luz y la huella. Sicilia, una de las figuras más relevantes de la generación de los años ochenta en España, ha desarrollado un lenguaje visual que oscila entre la abstracción lírica y la exploración casi científica de los procesos naturales.
En esta pieza, el soporte se convierte en el verdadero protagonista: la superficie está cubierta de veladuras y texturas irregulares que recuerdan a procesos de erosión o cristalización. La gama cromática, dominada por blancos y beiges, refuerza el carácter silencioso y contemplativo de la obra, evocando la sensación de algo orgánico y mineral a la vez. La gran mancha central, de contorno irregular y relieve apenas perceptible, se presenta como un vacío o una forma en suspensión, que invita a la mirada a detenerse y descifrar su naturaleza ambigua.
La utilización de resina aporta una cualidad translúcida que permite jugar con la luz, creando efectos de profundidad y de tiempo detenido. De esta manera, Sicilia establece un diálogo entre lo visible y lo oculto
Sicilia inicia sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, aunque en 1980 los abandona y se traslada a vivir a París. Dos años más tarde presentará su primera muestra individual, en un estilo en la línea del neoexpresionismo de moda entonces en Europa. Posteriormente serán los diversos objetos del mundo cotidiano los que se conviertan en protagonistas de sus obras. Aspiradores, planchas, tijeras, cubos, etc., serán el centro de un nuevo lenguaje en el que Sicilia irá concediendo una mayor y progresiva importancia al tratamiento de las texturas. Su trabajo se organiza en series sobre naturalezas muertas, paisajes y, los más conocidos, sobre los barrios de la Bastilla y Aligre, donde él mismo vive y trabaja. Será a mediados de los ochenta cuando su obra alcance una gran proyección nacional e internacional. En 1986 presenta en la galería Blum Helman de Nueva York un conjunto de obras que evidencia una fuerte depuración del estilo anterior, hacia una pintura abstracta en la que progresivamente irá eliminando cualquier referencia formal. Este nuevo estilo se plasmará en las series “Tulipanes” y “Flores”. En los años noventa esta estética reduccionista afectará a la gama cromática, quedando las formas sugeridas por el reflejo que la luz ejerce sobre la superficie. Un nuevo tratamiento matérico de sutil resonancia poética, a base de ceras que dejan transparentar levemente temas florales, trae de nuevo el color a una obra ya plenamente consagrada. José María Sicilia cuenta con el Premio Nacional de Artes Plásticas (1989), y está representado en el Museo Reina Sofía de Madrid, el MOMA y el Guggenheim de Nueva York y el CAPC de Burdeos, entre muchos otros centros de arte y museos.