Escuela española; siglo XVI.
“La Ascensión de Cristo”.
Óleo sobre tabla de pino.
Presenta faltas, restauraciones y repintes sobre la superficie pictórica.
Posee marco del siglo XIX.
Medidas: 96 x 66,5 cm; 115 x 85 cm (marco).
Esta obra que representa uno de los episodios más relevantes del Nuevo Testamento no sigue fielmente las escrituras, ya que en esta imagen podemos apreciar a los doce apóstoles, mientras que en el texto bíblico solo se menciona la presencia de Pedro, Santiago el Mayor y Juan. Se trata de la representación del pasaje de la transfiguración de Jesús, evento narrado en los Evangelios sinópticos según San Lucas, San Marcos y San Mateo en el que Cristo se metamorfosea, volviéndose una figura radiante en gloria divina. De esta manera, Cristo aparece en el centro, de pie inscrito en un rompimiento de gloria, flotando sobre los apóstoles y la Virgen, que también contempla, arrodillada, la transfiguración de su hijo. La composición de la escena se define por una clara simetría donde la figura de Cristo actúa como eje de simetría, con los brazos abiertos siguiendo la forma de cruz, mientras que en la zona inferior, a ambos lados, se encuentran los apóstoles, que han sido representados como personajes similares, barbados y con el rostro inclinado hacia arriba para observar a Jesús.
España es, a comienzos del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir los nuevos conceptos humanistas de vida y arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las implantadas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. La pintura refleja este afán de vuelta al mundo clásico grecorromano que exalta en sus desnudos la individualidad del hombre creando un nuevo estilo cuya vitalidad sobrepasa la mera copia. Pronto se empieza a valorar la anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y del equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras; pero la fuerte tradición gótica mantiene la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores pinturas renacentistas.