Cristo de la Piedad. Normandía, ca. 1500.
Madera tallada, con restos de policromía.
Catalogado en el libro "Statuaire médiévale en France de 1400 à 1530", de Jacqueline Boccador, fig. 267.
Procedencia: Colección Philippe Dodier.
Medidas: 117 cm. (altura escultura); 122 cm (altura con base, de época posterior).
Estamos ante un notable ejemplar de la estatuaria normanda de hacia 1500. La figura, tallada magistralmente, se impregna de una honda solemnidad.
La obra representa a Cristo en la iconografía del Varón de Dolores o Ecce Homo, sentado en un peñasco informe que prefigura al Gólgota. La anatomía, lejos de cualquier idealización clasicista, se adhiere a la estética expresionista del gótico tardío. El torso, de una delgadez ascética, exhibe una caja torácica prominentemente marcada, eco de los tormentos sufridos y preludio de la crucifixión. Las piernas enjutas han sido torneadas con suma destreza e intención emocional. Los brazos, amarrados con una soga que ciñe las muñecas, se cruzan sobre el regazo. Las manos, largas y huesudas, no acusan tensión, sino resignación y abandono.
El rostro es el foco del pathos. Enmarcado por una cabellera de largos mechones y una barba tupida, del semblante alargado emana una expresión doliente y contenida. Los ojos almendrados son de mirada interiorizada, que busca abismarnos en la profundidad del padecimiento. La boca, entreabierta, deviene prefiguración del último suspiro.
La talla de la madera frutal, ruda y sin pulimentos preciosistas, acentúa la austeridad y la fuerza dramática del conjunto. Las imperfecciones del material dialogan con las heridas y la extenuación del cuerpo. Aunque hoy desnuda en su mayor parte, la superficie conserva vestigios de la policromía original, un eco tenue de los colores que en su día avivaron la carne macilenta y las llagas sangrantes, intensificando el realismo devocional de la pieza.
Esta escultura, catalogada por la insigne historiadora Jacqueline Boccador y procedente de la colección de Philippe Dodier, es un testimonio elocuente de la espiritualidad de finales de la Edad Media. Un arte que no busca la belleza formal, sino la conmoción del alma, enfrentando al fiel con la humanidad doliente de su redentor y convirtiendo la madera en un vehículo para la más profunda meditación sobre el sufrimiento y la piedad.