Escuela española; principios del siglo XVII.
“Virgen hilandera”.
Óleo sobre lienzo.
Conserva tela original.
Medidas: 101 x 118 cm.
La iconografía representada en esta pintura se inspira en el Protoevangelio de Santiago, uno de los evangelios apócrifos, en el que se relata cómo, siendo aún niña, la Virgen María fue encomendada por los sacerdotes del Templo para tejer el velo sagrado, el mismo que se rasgó en el momento de la muerte de Cristo, simbolizando la ruptura del antiguo pacto. Asimismo, el Evangelio del Pseudo-Mateo menciona la destreza de María en las labores textiles, especialmente en el trabajo de la lana, durante su juventud, destacando su virtud, humildad y aplicación.
En este caso particular, el artista toma como punto de partida esa tradición apócrifa, pero la reelabora con un enfoque intimista y cotidiano, alejándose de la grandilocuencia narrativa para ofrecer una escena de fuerte carga emocional. Se presenta a la Virgen María en actitud recogida, hilando con suavidad, mientras es acompañada por el Niño Jesús y san Juanito, en un ambiente doméstico y familiar. La interacción entre los personajes se construye con gestos tiernos y naturales: san Juanito, con expresión vivaz, sostiene la madeja de hilo que utiliza María, participando con entusiasmo infantil en la tarea; mientras que el Niño Jesús, recostado en el regazo de su madre, adopta una postura relajada y juguetona que resalta su condición humana y su cercanía emocional con su madre.
El único elemento que introduce un matiz sobrenatural en la escena es la figura de un ángel, discretamente ubicado en el fondo, que sostiene una bandeja con frutas, símbolo habitual de los dones celestiales y de la abundancia espiritual. Su presencia, aunque secundaria, aporta una dimensión sacra al conjunto sin romper la armonía ni la intimidad de la escena principal.
Desde el punto de vista estilístico, la composición se organiza de forma horizontal, casi a modo de friso, donde los personajes aparecen dispuestos con monumentalidad y serenidad. El escenario es un interior sencillo pero acogedor, que se abre hacia un paisaje natural en la parte izquierda del cuadro, añadiendo profundidad y un contrapunto luminoso al espacio cerrado. La paleta cromática responde plenamente a los cánones de la escuela barroca española, dominada por ocres, tierras y rojos apagados, que refuerzan el carácter sobrio, contemplativo y devocional de la escena.