Escuela francesa, ca 1820.
“Retrato de dama y niña”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Presenta desgastes.
Medidas. 64 x 54 cm; 81 x 69 cm (marco).
Pintura de sobria elegancia que responde a los códigos del retrato burgués del primer tercio del siglo XIX. Ambas figuras, reducidas al formato de busto, se disponen frontalmente ante el espectador, aunque sus miradas se desvían hacia la izquierda, introduciendo una sutil tensión psicológica que evita la frontalidad rígida. La dama aparece tocada con una mantilla que enmarca su rostro con delicadeza, reforzando la dignidad y el decoro propios de su condición social. La niña, cercana a ella, comparte la misma disposición, estableciendo un vínculo visual y afectivo que, aunque contenido, remite de manera inmediata al lazo materno-filial.
La obra se inscribe dentro de una tradición de retratos íntimos donde la mujer y la infancia se convierten en protagonistas de un discurso pictórico ligado a la sensibilidad de la época. En comparación con el “Retrato de madre con su hija” de Henri-François Riesener, hoy conservado en la colección de la Galería Nacional de Finlandia, se observan afinidades notables: en ambos casos la composición enfatiza la proximidad física y simbólica entre madre e hija, situando el afecto como núcleo de la representación.
El tema de la maternidad y la infancia adquirió una importancia creciente en las primeras décadas del siglo XIX. Tras los cambios sociales y políticos de la Revolución y el Imperio, la pintura burguesa comenzó a valorar la vida privada, el afecto doméstico y el ideal moral de la familia como pilares de estabilidad. La representación de madres e hijos trascendía la simple función conmemorativa para convertirse en símbolo de virtud, cohesión social y transmisión de valores. Estas imágenes, en consecuencia, no solo documentaban la fisonomía de los retratados, sino que actuaban como alegorías del orden y la armonía que se esperaba de la vida familiar.