Marcel Delmotte

MARCEL DELMOTTE (Bélgica, 1901 - 1984).
"Siluetas", 1957.
Tinta y collage sobre papel.
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 36,5 x 26 cm.; 57 x 46 cm.(marco).

Maestros antiguos como Piero della Francesca, Caravaggio, Poussin y David fueron las primeras influencias clave de Marcel Delmotte. Aunque se mantuvo al tanto de las tendencias artísticas contemporáneas, restó importancia a su interacción con ellas. Sin embargo, los paisajes metafísicos de Giorgio de Chirico y las obras surrealistas de René Magritte, Max Ernst y Salvador Dalí son claras fuentes de inspiración en su exploración de estados oníricos y realidades alternativas.

Delmotte fue un pintor y dibujante belga, de escenas religiosas cristianas, naturalezas muertas, retratos y desnudos. Hijo de un soplador de vidrio, desarrolló toda su carrera en la región belga de Charleroi y Hainaut. Aunque fue un autodidacta autoproclamado, se formó brevemente en la Université de Travail en Charleroi (1914-1919) antes de trabajar como decorador, pintando imitaciones de mármol y vetas de madera. Delmotte siempre enfatizó sus orígenes artesanales y su camino independiente, afirmando que su verdadero aprendizaje provino del estudio independiente de la naturaleza, moldes de yeso y la sección áurea.

Delmotte fue un artista conocido y exitoso en el panorama artístico de Bélgica y Europa, con numerosas exposiciones. Sus muestras más destacadas fueron "L’Humanite en Marche" (1969) y una retrospectiva (1976), ambas con la Galería Isy Brachot en Bruselas, aunque su obra también se expuso en Turín, Nueva York y Tokio.

Quizás debido a que prefirió mantenerse al margen del foco mediático y la política, y debido a su propia reticencia a discutir los detalles de su vida, los hechos verificables sobre la carrera de Delmotte son escasos. El artista se resistió a cualquier categorización, especialmente como surrealista, afirmando que "El 'ismo' es una forma barata de darse una personalidad".

En su obra, las figuras marmóreas recuerdan la estructura de Piero della Francesca y David, mientras que sus tonos joya y detalles microscópicos evocan la pintura de los Países Bajos. Sus desnudos, a menudo macabros y eróticos, lo vinculan con las tradiciones simbolistas belgas de Félicien Rops y Fernand Khnopff. Delmotte no ocultó su dependencia de estos recursos tradicionales, sino que los utilizó para abordar conceptos duraderos sobre la condición humana. En un momento en que las vanguardias subvertían los temas clásicos, Delmotte celebraba el acto manual de la pintura, reinventando temas tradicionales de mitología, la Biblia y la literatura con una idiosincrasia que desafía la clasificación simple.

El dominio técnico de Delmotte es evidente, a menudo trabajando a escala monumental, lo que él creía que le ofrecía una mayor libertad expresiva. Sus pinturas, incluso las más perturbadoras, atraen al espectador con su técnica detallada y sutil, demostrando que para Delmotte, el arte manual era un medio esencial y relevante para explorar la experiencia humana. Sus lienzos siguen siendo tan esquivos e inescrutables como su propio autor.