Ferdinando Vichi

FERDINANDO VICHI (Florencia, 1875 – 1945).
“Dama sentada”.
Mármol y bronce.
Firmado.
Medidas: 84 x 41 x 46 cm; 101 x 52 x 52 (peana).
Ferdinando Vichi formó parte del grupo de talentosos escultores toscanos que trabajaron en asociación con la galería Bazzanti de Florencia, siendo una de las figuras centrales en la producción escultórica florentina de finales del siglo XIX. Nacido en el seno de una familia noble, estudió en la Accademia di Belle Arti de Florencia. A muy temprana edad, Vichi expuso en el Salón de París, siendo su obra “La bagnante” premiada y rápidamente vendida. Sucesivamente, trabajó en Alemania, Francia, Inglaterra e incluso en América y en la India. Trabajó principalmente en su ciudad natal, en cuyo Salón presentó sus obras en numerosas ocasiones. A finales del siglo XIX dirigió en Florencia un taller de escultura en alabastro. Sus trabajos, en mármol o alabastro, muestran su excepcional dominio técnico, particularmente en sus figuras femeninas, de sinuosas curvas y rostro introspectivo. Como otros muchos escultores de finales del siglo XIX, Vichi se inspiró con frecuencia en la literatura moral, incluyendo la de la mitología griega. A lo largo de su carrera trabajó diferentes temas, como retratos románticos, temas orientalistas y copias de piezas del renacimiento y el barroco. Trabajó en el retrato de Mussolini (no conservado), representado con una túnica romana, del que la crítica ensalzó su “miguelangelesca sobriedad”.
Una mujer, ataviada con elegantes ropajes, reposa apaciblemente sobre una silla de tijera caracterizada tanto por su marcada curvatura, como por las terminaciones de sus reposabrazos, en forma de cabeza de león. La mirada distraída e inquieta de la protagonista nos plasma una imagen tradicional en la historia del arte, la de la modelo posando en postura relajada ante el artista, un momento íntimo y cotidiano en el que Vichi busca representar a sus modelos pensativas y reflexivas. Sin embargo, aquí el naturalismo se conjuga con la huella de la mano del escultor, que se refleja en la irregularidad de las texturas, y la imagen se completa tridimensionalmente, presentándose como un fragmento de realidad y no sólo como experimento plástico. La pieza se eleva sobre una columna de inspiración netamente clásica, alzada sobre un pie octogonal, buscando así el equilibrio y la reciprocidad esencial entre los elementos representados que, uniéndose, forman una nueva unidad estéticamente inseparable.