Escuela sevillana; segunda mitad del s. XVII.

Escuela sevillana; segunda mitad del siglo XVII.
“Las cabezas de San Juan y San Pablo”.
Óleo sobre tabla (x2).
Medidas: 29,5 x 20.5 cm (x2); 39,5 x 33,5 cm (marcos,x2).
Pareja de pinturas que representan las cabezas decapitadas de San Juan y San Pablo pertenecen al imaginario visual profundamente dramático que caracterizó a la Escuela Sevillana en la segunda mitad del siglo XVII, momento de madurez plena del naturalismo barroco en Andalucía. Ambas obras, concebidas probablemente como estudios devocionales o elementos de un ciclo narrativo mayor, condensan la intensidad emocional, el rigor anatómico y la capacidad de sugestión espiritual que distinguieron a los maestros sevillanos.
En la primera pintura, la cabeza del santo barbado identificado tradicionalmente como San Pablo—,descansa con una leve inclinación lateral, mostrando un rostro que oscila entre la serenidad extática y la huella del martirio. El corte del cuello, representado con una precisión anatómica sobria pero eficaz, revela el interés de los pintores sevillanos por el verismo, es decir, la búsqueda de una representación fiel pero no grotesca del sufrimiento. El fondo, de un ocre terroso, funciona como una atmósfera neutra que intensifica la presencia del rostro y concentra la mirada del espectador en la expresión casi meditativa del santo.
La segunda pintura, la cabeza de San Juan sobre una bandeja, retoma uno de los temas más difundidos en la iconografía barroca. Aquí el artista subraya la dimensión narrativa mediante el uso del plato metálico, que introduce un elemento de teatralidad ritual, muy propio del arte contrarreformista.
Estas piezas revelan los rasgos esenciales de la Escuela Sevillana barroca, una de las más influyentes de España durante el Siglo de Oro. En la segunda mitad del XVII, Sevilla era todavía un foco artístico importante, aunque ya en declive económico tras la clausura de sus rutas comerciales ultramarinas. Sin embargo, su vida artística permaneció extraordinariamente vibrante gracias a instituciones como la Academia de Pintura, fundada bajo el impulso de Murillo en 1660, y gracias también a la fuerte demanda de arte religioso promovida por órdenes monásticas, cofradías y hermandades.