Daniel Hernández Morillo

DANIEL HERNÁNDEZ MORILLO (Perú, 1856 – 1932).
“Dama”, París, 1902.
Óleo sobre lienzo.
Firmado, fechado y localizado en el ángulo inferior derecho.
Medidas: 81 x 66 cm; 106 x 91 cm (marco).

En esta obra, Daniel Hernández Morillo, maestro peruano formado en la tradición académica europea, nos presenta con refinamiento exquisito y sensibilidad luminosa la elegancia femenina de la Belle Époque. Se trata de un óleo sobre lienzo de factura impecable, en el que el artista despliega su maestría técnica al servicio de una atmósfera íntima y envolvente. La figura, capturada en un encuadre cerrado, se nos muestra envuelta en una delicada mantilla blanca, bordada con sutiles bordados que juegan con la luz. El rostro, deojos oscuros, rasgos suaves y carnaciones de una delicadeza sonrosada, transmite picardía con su mirada oblicua y sonrisa insinuada en labios finamente perfilados en carmín.

El tratamiento del color y la luz revela la mano de un pintor influido por el academicismo francés tardío, pero que introduce en esta obra una sensibilidad casi simbolista. La iluminación (suave, dorada, como de un atardecer tamizado por hojas) acaricia la seda irisada de la mantilla y despierta reflejos malva y dorados en la tela, envolviendo a la figura en un halo de serenidad otoñal. Las hojas de parra que la circundan, junto al tallo de rosa dispuesto con sutileza, refuerzan la idea de un entorno natural sugerido, donde la dama se funde con lo vegetal en un gesto poético de evocación.

Esta obra, realizada durante la estancia parisina del artista, testimonia su capacidad para trascender el realismo decorativo y dotar a sus figuras de una densidad emocional casi intemporal. Es un ejemplo de la pintura de transición entre el preciosismo académico y las atmósferas íntimas del modernismo finisecular.

Daniel Hernández inicia su formación en Lima en 1878, teniendo como primer maestro a Leonardo Barbieri. Más adelante viajará a París pensionado por el gobierno. En la capital francesa visita a Ignacio Merino, quien le recomienda marchar a Italia. Transcurren diez años entre talleres, museos y un intenso estudio, viajando por Francia, Italia y España. Se establece finalmente en París, y allí conoce a Fortuny, Padilla y Villegas, artistas españoles cuya influencia asimila su pintura. En estos años concurrió a diversos certámenes, obteniendo segunda medalla en el Salón de París de 1899, la de oro en la Exposición Universal de 1900 y la Legión de Honor en esta misma fecha, galardones que evidencian la aceptación de la que gozó en Europa durante los últimos años del siglo XIX. Desde entonces, Hernández fue declarado Honoris Causa en todos los Salones. Fue también premiado en la Exposición Iberoamericana de Sevilla. En 1912 regresa a América, trabajando entre Montevideo y Buenos Aires, siempre pintando retratos y exhibiendo su obra. Al poco tiempo retorna a París, donde vive la Gran Guerra, pero regresará a Lima en 1918, llamado por el presidente José Pardo para asumir la dirección de la recién fundada Escuela Nacional de Bellas Artes, puesto que ostentará hasta su muerte en 1932. Daniel Hernández dejó una variada obra, incluyendo acuarelas marinas, paisajes, bodegones y numerosos bocetos. Hizo asimismo muchos retratos, como el de Pierola en París en 1899. Pintó a Pardo y a otros dirigentes peruanos, así como a personajes ilustres como Bolívar y Pizarro. Mención aparte merecen sus llamadas “perezosas”, composiciones protagonizadas por damas reposando en divanes, en ambientes llenos de sensualidad y riqueza. Con ellas ganó las medallas de 1899 y 1900. Hernández desarrolló un estilo preciosista y de marcado equilibrio entre dibujo y color, revelando un perfecto dominio técnico. Hombre de su tiempo, sobre la base de su lenguaje academicista aparecen ciertas notas de influencia impresionista. Daniel Hernández está representado en el Museo del Prado en Madrid y en el que lleva su nombre en Huancavelica (Perú), así como en otras destacadas pinacotecas tanto peruanas como extranjeras.