Escuela virreinal del s. XVIII.

Escuela virreinal del siglo XVIII.
"San Miguel".
Terracota pintada.
Medidas: 43 x 25 x 16 cm.(escultura); 6 x 24 x 19 cm.(peana).

Esta pieza de terracota policromada a mano destaca por su alta calidad artística, característica representativa de la escuela novohispana del siglo XVIII, donde se fusionaron técnicas europeas con sensibilidades y materiales locales.

La escena representa al Arcángel San Miguel, figura emblemática de la lucha del bien contra el mal, en el acto de someter al diablo. La criatura sometida, símbolo del mal, se aleja del modelo zoológico tradicional para adquirir una forma ligeramente antropomorfa en su torso, aunque con patas de cabra, rostro demoníaco, barba de chivo y cuernos, elementos iconográficos vinculados a representaciones del diablo en el arte cristiano.

San Miguel, ataviado como soldado romano, viste un faldón plisado con tiras brocadas y borlones, trabajados con gran minuciosidad que muestra el manejo técnico en la simulación de texturas y calidades. El pecho adornado con cenefas, las alas detalladas en cada una de sus plumas y la capa ondeante refuerzan el dinamismo y la nobleza de la figura. Lleva sandalias y polainas con borde dorado, lo cual alude tanto a su carácter celestial como militar. Su rostro idealizado, el cabello ensortijado, el casco, la espada (aunque le falta el filo) y un escudo orlado de motivos decorativos barrocos, completan el conjunto de atributos guerreros del arcángel.

Las obras religiosas realizadas en época colonial en los talleres de Perú y México mostraban una profunda expresividad, sobre todo durante el periodo barroco, además de una fuerte carga didáctiva y devocional. Se trataba de impactar al espectador, movilizando la fe a través de la emoción y el realismo dramático, objetivos plenamente logrados en esta obra. La escultura novohispana del siglo XVIII fue un arte de contrastes, que combinaba la herencia artística europea con una sensibilidad y unos materiales propios del Nuevo Mundo. Su exuberancia ornamental y su intensa carga emocional la convierten en una de las manifestaciones más ricas y complejas del arte virreinal americano, cuyo legado perdura en las imágenes que aún hoy se conservan.

El uso de terracota pintada permitía una mayor flexibilidad formal y riqueza de color, mientras que el idealismo del rostro de San Miguel y el naturalismo expresivo del diablo dialogan con los principios estéticos del barroco, así como con la función catequética del arte virreinal. En resumen, esta escultura es un excelente ejemplo del arte religioso del siglo XVIII en el virreinato, en donde la técnica, el simbolismo y la teatralidad convergen para generar una imagen poderosa de triunfo celestial.