Escuela holandesa; principios del s. XVIII.

Escuela holandesa; principios del siglo XVIII.
“Retrato de dama”.
Óleo sobre tabla.
Presenta etiqueta al dorso.
Posee marco de principios del siglo XX.
Medidas: 38 x 32 cm; 49,5 x 44 cm (marco).
Ante nosotros se presenta una obra pictórica de la escuela holandesa de principios del siglo XVIII, una tradición artística ampliamente reconocida por su maestría técnica, su aguda observación del mundo natural y doméstico, y su exquisito tratamiento de la luz y las texturas. La escena se desarrolla en un entorno arquitectónico delimitado por dos columnas que enmarcan un balcón de piedra, coronado en su parte superior por un pesado cortinaje de color ocre, cuyas ricas ondulaciones de tela aportan profundidad y teatralidad a la composición.
Desde este balcón, se asoma una dama que capta de inmediato la atención del espectador. Su figura, elegantemente vestida con un ropaje azul de escote pronunciado, que deja entrever parcialmente uno de sus pechos, equilibra con naturalidad el clasicismo del entorno y una sensualidad sutil, más sugerida que explícita. La mujer, cuya postura parece suspendida entre la acción y la contemplación, extiende su mano para tomar un pescado de una fuente colocada sobre el alféizar. Junto a ella, una bandeja con pan y unos nabos que añaden un componente simbólico y cotidiano, anclando la escena en la vida doméstica y subrayando la atención al detalle característica de la pintura de género holandesa.
Una delicada enredadera con flores trepa por el lateral del balcón, confiriendo un toque orgánico a la escena y suavizando la rígida geometría arquitectónica. Esta inclusión vegetal no solo actúa como un recurso compositivo para guiar la mirada del espectador, sino que revela la pericia del pintor al reproducir con exactitud botánica.
Desde el punto de vista técnico, la obra es un testimonio de la destreza propia de la Escuela Holandesa. La calidad del claroscuro, el tratamiento matizado de las superficies, especialmente en la transparencia húmeda del pescado, el brillo satinado del vestido, y el volumen del pan rústico, demuestran una sensibilidad pictórica excepcional. El uso de la luz, que parece filtrarse desde un punto lateral invisible, baña suavemente la piel de la figura femenina y modela su anatomía con verosimilitud, reforzando su presencia tridimensional sin caer en la teatralidad barroca excesiva.
Este tipo de pintura, situada entre lo alegórico y lo cotidiano, pone de manifiesto no sólo el talento individual del artista, sino también los valores visuales de una cultura burguesa que valoraba la observación minuciosa, la domesticidad elevada a arte, y un sutil erotismo contenido en escenas de aparente simplicidad.