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Escuela italiana, ca. 1600–1630.

Lote 40020008
Escuela italiana, ca. 1600–1630.
"Flagelación de Cristo".
Óleo sobre lienzo.
Reentelado. Bastidor del siglo XIX.
Presenta faltas en el marco.
Medidas: 118 x 97 cm.; 134 x 113 cm. (marco).

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Valor estimado: 21.000 - 22.000 €
Subasta en vivo: 21 Jul 2025
Subasta en vivo: 21 Jul 2025 15:00
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HISTORIAL DE PUJAS

DESCRIPCIÓN

Escuela italiana, ca. 1600–1630.
"Flagelación de Cristo".
Óleo sobre lienzo.
Reentelado. Bastidor del siglo XIX.
Presenta faltas en el marco.
Medidas: 118 x 97 cm.; 134 x 113 cm. (marco).

La pintura que mostramos trata el tema de "La Flagelación de Cristo", logrando condensar una intensa carga emocional y espiritual, representativa de la escuela italiana del primer tercio del siglo XVII. Esta etapa del arte europeo, en plena efervescencia barroca, se caracteriza por el dramatismo, la teatralidad de la composición, el uso magistral del claroscuro y una profunda intención de conmover al espectador a través de lo sagrado.

En el centro de la escena emerge la figura de Cristo, semidesnudo, atado y lacerado, en un momento de suprema humillación y dolor físico. En esta imagen, el rostro de Cristo muestra una asimetría evidente, con los labios entreabiertos de forma irregular, el mentón ligeramente desviado y una posible pérdida dental visible, lo que genera una expresión que bordea lo deforme. Los ojos, semicerrados y oscuros, están lejos de la mirada luminosa y compasiva que suelen atribuirle los artistas. Aquí, la divinidad parece haber sido absorbida por una humanidad radical, dolorosa, casi brutalmente terrenal. Sin embargo, su cuerpo, aunque castigado, mantiene una nobleza serena que contrasta con la brutalidad de sus verdugos.

La postura de Cristo es ligeramente curvada, resignada, con el rostro ladeado y los ojos semiabiertos que transmiten un dolor contenido más que un grito. Su anatomía, definida con fidelidad naturalista, está salpicada por sutiles rastros de sangre, lo que intensifica el pathos sin caer en lo grotesco.

A la izquierda, un sayón en actitud agresiva alza el brazo con el flagelo a punto de descargar el golpe. Su rostro, fuertemente iluminado desde un ángulo dramático, está cargado de furia (casi de éxtasis cruel) y sus músculos tensos refuerzan la violencia del acto. Va ataviado con un turbante y una armadura oscura que refleja apenas la luz, recordándonos la fusión entre lo exótico y lo militar que a menudo empleaba la pintura barroca para subrayar el carácter extranjero o brutal del agresor.

A la derecha, otra figura masculina, probablemente otro verdugo o testigo, con turbante dorado y una túnica azul, aparece de perfil. Su expresión es más ambigua, casi ausente, lo que le confiere un aura de misterio o de distancia moral. Esta figura ayuda a cerrar la composición, creando una diagonal que va del sayón alzado, pasando por Cristo, hasta este tercer personaje.

El claroscuro, heredado de Caravaggio y expandido por sus seguidores, los llamados caravaggeschi, es aquí uno de los principales recursos expresivos. Un foco de luz cálida y tenebrosa incide sobre los cuerpos, especialmente sobre Cristo, revelando la textura de la carne, el sudor, las heridas y los pliegues del paño que cubre su desnudez. El fondo permanece sumido en la penumbra, acentuando así el dramatismo y concentrando la atención en la interacción humana.

Los colores son sobrios y terrosos: ocres, sienas tostadas, marrones profundos y un uso contenido del blanco y el azul. Esta paleta no solo refuerza el tono sombrío del tema, sino que también enmarca la figura de Cristo como foco lumínico y espiritual en medio del horror.

“La Flagelación de Cristo” es un tema recurrente en el arte cristiano, y en esta versión italiana tempranobarroca se manifiesta como un llamado a la compasión, un vehículo visual para la meditación sobre el sacrificio redentor. La representación no busca tanto la veracidad histórica cuanto la emocional: el espectador se convierte en testigo moral del suplicio, interpelado directamente por el sufrimiento de Cristo y la violencia injusta.

Esta obra se inscribe, sin duda, dentro de la estética de la Contrarreforma, en la que las imágenes religiosas debían ser claras, emotivas y persuasivas. La pintura no narra una historia compleja sino que captura un instante esencial, desgarrador y revelador, digno de contemplación y de recogimiento.



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