DESCRIPCIÓN
IGNACIO DE RÍES (Sevilla, ca. 1616 - ?, 1670).
“Cristo portando la cruz”.
Óleo sobre lienzo. Reentelado.
Conserva marco de época con faltas y daños provocados por xilófagos.
Medidas: 210 x 163 cm; 234 x 191,5 cm (marco).
En este lienzo el autor plasma uno de los momentos más dramáticos del Via Crucis, para ello el pintor define a la figura de Cristo de un modo monumental, situado en un plano muy próximo al espectador. De hecho, este modo de presentar a la figura presenta relación con la pintura de “El Rey David”, que se encuentra en la colección del Museo del Prado de Madrid. Aunque en este caso concreto se puede apreciar un paisaje al fondo. Las imágenes de Cristo llevando la cruz en su ascensión al Monte Calvario fueron relativamente frecuentes en la iconografía cristiana, y ya desde el arte paleocristiano existen ejemplos que se ligan a textos donde se hace referencia al papel simbólico de la cruz como instrumento de salvación y consecución de la vida eterna. El tema de este puede derivarse del Expolio, tal vez planeado para ser una serie que abordara completamente la pasión de Cristo. En este caso no se aprecia ninguna referencia estética al camino que recorrió Jesús, sino que el autor ha decido recoger una escena desprovista de lo anecdótico.
Ignacio de Ríes fue un pintor español, hijo del pintor flamenco Mateo de Ríes, de quien posiblemente recibe su primera formación artística. Entre 1635 y 1645, aproximadamente, aparece documentado como oficial en el taller de Zurbarán, pudiendo considerársele como uno de sus discípulos más importantes. Su obra se caracteriza por un estilo muy ecléctico fuertemente influenciado por la pintura de Zurbarán, como se puede apreciar en el uso del claroscuro y de una técnica descriptiva que presta gran atención a las calidades de los objetos, entre otros aspectos. Asimismo, para crear sus composiciones recurre con frecuencia a las estampas flamencas de autores como Aegidius Sadeler II o Jeronimus Wierix. Aunque su evolución estilística es muy escasa, se pueden situar en una primera etapa aquellas obras más apegadas al estilo de su maestro –como el San Miguel Arcángel (The Metropolitan Museum of Art, Nueva York)– y en una segunda aquellas en las que emplea una pincelada más suelta y en las que se aprecia la influencia de la pintura de Murillo, como la Asunción de la Virgen, de 1661, para la iglesia de San Bartolomé de Sevilla. En torno a 1653 realiza la obra más importante de su carrera: las pinturas para la capilla de la Inmaculada Concepción de la catedral de Segovia, encargadas por Pedro Fernández Miñano y Contreras para decorar el espacio que habría de servir como capilla funeraria para su familia, lo cual determina que el mensaje predominante del conjunto gire en torno al arrepentimiento y la penitencia. De todas ellas, la más destacada es El árbol de la vida no solo por su factura sino también por su iconografía al representar la advertencia de Cristo de la llegada inminente de la Muerte a un grupo de hombres y mujeres que, situados en la copa del árbol, aparecen cometiendo diferentes pecados capitales. El Museo del Prado conserva de su mano El rey David, una obra de gran calidad que, tanto desde el punto de vista estilístico como iconográfico, se puede relacionar con el ámbito de Zurbarán y su serie sobre los hijos de Jacob (Auckland Castle, Durham).