DESCRIPCIÓN
Círculo de GREGORIO FERNÁNDEZ (Lugo, 1576 - Valladolid, 1636).
“Purísima Concepción”.
Madera tallad y policromada.
Presenta faltas en la talla, repintes y restauraciones.
Medidas: 85 x 33 x 27 cm.
Sobre un pedestal se alza la Virgen quien apoya sus pies sobre una nube dominada por la presencia del cuarto lunar y tres cabezas de querubines como es habitual en la representación iconográfica de la Inmaculada. El artista nos presenta una talla monumental y estilizada especialmente en rostro que destaca por el cuello largo y las facciones que contrastan con la gran volumetría del manto. La pieza destaca por el detallismo de los rasgos del rostro o del cabello que cae sobre el manto. Estéticamente la obra sigue los preceptos del estilo de Gregorio Fernández, y de hecho se acerca notablemente a esculturas del mismo tema realizadas por el maestro, como la Inmaculada Concepción de la catedral de Santa María de la Redonda, Logroño
Gregorio Fernández fue el máximo exponente de la escuela castellana del primer barroco, heredero de la expresividad de Alonso Berruguete y Juan de Juni y permeable a las influencias clasicistas de Pompeyo Leoni y Juan de Arfe, en las que se apoyará para dejar atrás el manierismo de su formación hasta convertirse en un escultor plenamente barroco. Aunque conocemos pocos datos biográficos sobre el maestro, sí está bien documentada su obra, realizada para numerosos templos y cofradías castellanos. Fue un artista muy representativo de su época, de la espiritualidad dramática de la España del siglo XVII, reflejada en unos pasos procesionales de gran patetismo que fueron su tema predilecto, dado que representaban escenas de la Pasión y permitían precisamente reflejar este duro dramatismo. Fue un artista único, manteniendo siempre su individualidad, y de hecho definió una de las grandes escuelas escultóricas del barroco español, en contraposición a la andaluza de Martínez Montañés, más clasicista y armónico. En cambio, Fernández fue hijo de la cultura contrarreformista de Felipe II y, por tanto, busca una imagen religiosa lo más didáctica posible, lejos de los planteamientos puramente estéticos que movían al maestro sevillano. Gregorio Fernández contó con un amplio taller que se hizo cargo de contratos principalmente de Valladolid, León y Madrid, pero también del País Vasco y Extremadura, donde se formaron numerosos escultores y se creó una auténtica escuela de seguidores. Según narra Palomino en el siglo XVIII, Fernández fue un hombre piadoso, cercano a la santidad incluso, que antes de comenzar a trabajar se postraba en profunda oración y que guardaba ayuno, cumplía penitencias y mantenía un constante diálogo con Dios, una vida acorde con el profundo misticismo que dominó la religiosidad española en el siglo XVII, y que nos habla de un sentimiento de compromiso con la fe a la hora de realizar sus obras.